Autor: Darío Vilas
Páginas: 184
Editorial: Tyrannosaurus Books
¿Cuántas veces hemos oído, en
los últimos años, aquello de “era un vecino normal, muy amable, no me podía imaginar
lo que hacía cuando no lo veíamos? En la era de la comunicación en la que nos
encontramos, es difícil que no nos lleguen historias agresivas, de maltrato y dejación,
provocadas en muchas de las ocasiones por personas aparentemente normales.
Personas que perfectamente pueden ayudar a una señora mayor a cruzar una calle
de una acera a otra mientras, en su parte más opaca, guardan un secreto que
nadie puede llegar a concebir.
Esto podría servir de ejemplo
para explicar lo que el gallego Darío Vilas nos propone en “El hombre que nunca
sacrificaba la gallinas viejas”, de reciente edición por la fabulosa editorial
Tyrannosaurus. Una novela relativamente corta, de apenas dos centenares de
páginas pero que consigue llegar a aquello que busca: impactar mientras engancha al lector. Para
ello, no se escatima en un lenguaje duro en algunos momentos, con escenas
violentas en las que el autor no busca regodearse, ni tampoco se ceba en
descripciones exhaustivas al respecto, simplemente nos las relata tal como son
y sin miramientos.
Una historia protagonizada por
Marquitos Laguna, un aparentemente amable personaje de la isla de Simetría que
esconde un secreto, o varios según lo veamos, como los que comentaba
anteriormente. Un secreto que durante muchos años lastró su vida hasta finalmente
dejarlo, acompañado por supuesto por su huerta y sus gallinas. Sin embargo, con
el paso de los años, algo provoca que vuelva al mundo de la tortura, de la
crueldad, de convertirse de puertas para afuera en ese amable hombre de dos
metros de altura a, de puertas para adentro, en un asesino sin escrúpulos que
utiliza su sótano como lugar donde llevar a cabo sus actividades.
Con su tercera novela, “El
hombre que nunca sacrificaba la gallinas viejas”, Darío Vilas consigue
introducirnos en ese género que su editorial ha vendido como base de su nueva
línea de libros, el del “realismo sucio”, donde todo lo que parece normal no
tiene porqué serlo, y donde los secretos que se ocultan en el fondo de la
persona que este sentada a nuestro lado en el autobús puede ser mucho más
aterrador que el de la noticia estrella del informativo diario.
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